Víctor Corcoba Herrero
Escritor
“Sea como fuere, este mundo en el que vivimos tiene necesidad de recomponerse y poetizarse para no caer en el descuido y en la desesperanza. La belleza, como la verdad y la bondad del auténtico amor, es quien pone alegría en el alma”.
Dejémonos estimular por los signos del verso, activemos la voluntad y la mente para repoblar el planeta de menos poder y más poesía, para que en las noches oscuras puedan sobrellevarse las diversas sintonías de andares, con activos sueños colectivos, renunciando a los intereses personales. Indudablemente, estamos desabastecidos de cantores. Necesitamos despertar, salir de los adoctrinamientos y entrar como rapsodas en guardia y acción, incluso en medio de la debilidad humana. El momento viene crecido de violencias, conflictos e inseguridades, lo que requiere además asistencia y ayuda humanitaria; sin obviar, la sanación de nuestros mares interiores, con el ejercicio solidario responsable y la inspiración de las existencias conjuntas. El falso cortinaje nos está dejando sin palabras, con los espacios vacíos y las capacidades corrompidas. Nos hace falta, pues, un espíritu poético que impregne tanto la soledad como el servicio, la intimidad como la tarea mística, de manera que cada instante sea expresión de amor donado, bajo la visión transformadora de la épica.
Ser poeta de testimonio nos alienta a estar vivos y en ruta, liberados de las esclavitudes mundanas y también nos hace comprometernos, en hacer justicia; máxime cuando unos países progresan, mientras que otros empeoran. Hoy sabemos que no hay ninguna razón para que los niños crezcan con multitud de tormentos, comenzando por la pobreza alimentaria, cuestión que nos exige una motivación idílica para poder reconducirnos por el templo de las pulsaciones, a la espera de que nos encauce la musa reparadora. Desde luego, no hay mayor riqueza que la entrega de sí, fermento de la verdadera dicha. Reivindico, por consiguiente, ser más poesía, para poder abrazar el territorio de lo auténtico y ver dónde colocamos la seguridad de nuestra existencia. Por otra parte, hemos de abajarnos del reino del orgullo y de la vanidad, al menos para poder activar otro estilo, el de la concordia y la mansedumbre, aire que nos hará más fraternos, al tiempo que evitamos el desgaste de energías en lamentos absurdos, resaltando el valor de la turbación y del descubrimiento.
Al amparo de la palabra, el cultivador de sueños, necesita templar instantes y contemplar perspectivas, para llenar el santuario interior con pensamientos inéditos. Entender su propio pentagrama y concertar con vocablos armónicos, la realidad, estimula las reparaciones y nos nutre de buenas sensaciones. En efecto, actívese la composición observadora e imaginativa, porque una poesía que no transforma, es sólo un manojo de palabras muertas. Sea como fuere, este mundo en el que vivimos tiene necesidad de recomponerse y poetizarse para no caer en el descuido y en la desesperanza. La belleza, como la verdad y la bondad del auténtico amor, es quien pone alegría en el alma. Digamos que es el fruto que resiste el paso del tiempo, que nos enternece y eterniza, hasta sorprendernos y cautivarnos, impulsándonos hacia lo alto. Por eso, cuando un cantautor de liricas nos convoca a su infusión de anhelos, nos conviene estar en sus manos, porque él es el que sabe despertar en nosotros aquellas fuerzas misteriosas, que son las que nos deparan placidez, sobre todo cuando se realza la métrica de las cosas humildes.
En consecuencia, considero que no hay otro modo de trascender que navegar por los caminos de la poesía, para poder reencontrarnos con el poema que somos; despojándonos previamente de este ámbito de usuras, que lo que cargan y descargan son penas, deshumanizándonos por completo y dejándonos sin entretelas. De ahí la necesidad urgente, de un oleaje inspirado en la ternura de la locución, que remedie, exima y corrija. Ciertamente, esto se consigue haciendo el corazón, que es como se rehacen los itinerarios y se van engendrando anales. Quitarse cadenas, ser uno mismo para poder expresarse, requiere del cultivo de la creatividad. Al fin y al cabo, lo que nos hace crecer, mirar más allá de nuestras distintivas miserias mundanas, son los hilos de nuestras propias estrofas, unas veces llenas de sabiduría y otras de fracasos. No renunciemos, por tanto, a nuestra identidad espiritual. Trabajemos con ella, busquemos la iluminación en lo que nos circunda, porque para mí el único poema impecable está en Cristo; en esa Cruz, donde se vierte el latido donante del don glorioso, en abrazo eterno.