ÚLTIMA HORA

NUESTRA DEMOCRACIA, ADEMÁS DE OTROS PROBLEMAS, ESTÁ AQUEJADA DEL SÍNDROME DEL "ELECTORALISMO"

Con la nueva situación política de 5 partidos estatales además de los nacionalistas e independentistas se abre una nueva dinámica política, por lo que serán inevitables gobiernos de coalición o gobiernos en minoría, que obligará a negociar con otras fuerzas políticas para persuadirles a que voten a favor de su candidato en la investidura, y posteriormente legislar buscando apoyos parlamentarios puntuales en cada votación. En este nuevo escenario político será cada vez más necesaria una práctica de pacto o negociación política, que no será fácil al no estar acostumbrados los partidos políticos a pactar, ni tampoco por la situación actual cada vez más tensa políticamente. Ya que nuestra democracia además de otros problemas, está aquejada del síndrome del «electoralismo». Según del Diccionario de la RAE: Consideración de razones puramente electorales en la política de un partido. Para el catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, Enrique Gil Calvo en su libro Comunicación Política. Caja de Herramientas, el electoralismo surge de la perversa inversión de los fines por los medios. Las campañas electorales, que eran un medio para seleccionar los gobiernos más competentes y eficaces, se han convertido en un fin en sí mismas y son eslabones de una cadena interminable: la de una campaña electoral permanente. Por el contrario, los gobiernos electos, que tendrían que gobernar de acuerdo con su programa político, son un medio puesto al servicio de la campaña electoral permanente. Cada acto de gobierno se presenta como un spot de propaganda electoral para potenciar la tensión, y así movilizar a sus electores y desactivar a los rivales.

Antes solo ocurría esto al final de la legislatura, cuando había que diseñar la próxima campaña electoral, ya que en los primeros años, la preocupación era la de gobernar. Ahora no. Se gobierna en clave electoral, pues se ejerce el poder para mejorar la ventaja contra los rivales. Competir con éxito electoral debería ser el medio para alcanzar el fin del gobierno; ahora, gobernar es el medio para alcanzar el fin de competir. Esto significa que se renuncia al ejercicio del poder a favor del interés general para perjudicar los intereses de los rivales, y tal daño causado a los otros se presenta como un botín de guerra, en esta cruenta campaña electoral.

Ejemplos hoy abundan. Pedro Sánchez lo tuvo muy difícil para gobernar al no tener una mayoría para hacerlo. No le importó. Su objetivo fue ejercer el poder para obtener ventaja en las próximas elecciones generales, que las convocó el 28-A cuando las encuestas le fueron más propicias. Y ahora siendo un presidente en funciones el objetivo es el mismo, obtener ventaja cara las próximas elecciones. Su actuación en el acto de investidura ha sido en clave electoral. A Trump no le gusta nada gobernar y no lo disimula. Y por eso no gobierna, por desinterés o por incompetencia. Lo que hace día tras día, a golpe de Twist insolentes y chabacanos, es campaña electoral permanente. Torra no gobierna en Cataluña, sino que ejerce el poder para realimentar el procés, que es una campaña electoral permanente. Se podrá aducir que no gobierna porque se limita a custodiar el puesto del president exiliado, Puigdemont. Este sólo utiliza su cargo simbólico para reforzar la ventaja diferencial del secesionismo catalán en otra interminable y agotadora campaña electoral permanente y así elevar la tensión con desafíos al Estado español. Y lo hace a base de Twist, Facebook e Instagram. De Casado y Rivera su renuncia al diálogo con los líderes del Procés y apelación al 155 se entienden también en clave electoral.

En definitiva, el electoralismo se ha independizado del proceso político y se ha hecho con su control absoluto. Los políticos solo piensan en las elecciones próximas y se olvidan de las generaciones futuras. El electoralismo siempre acompañó a la democracia como un vicio menor relativamente controlado, pero hoy, desde que las campañas electorales cayeron en manos de expertos en mercadotecnia, es una lacra insaciable que pervierte toda la actividad política. Podrían servir de paradigma de estos expertos, los grandes gurúes Iván Redondo en el PSOE y Pablo Gentili en Unidas Podemos. De Iván cabe citar que trabajó para que García Albiol alcanzara la alcaldía de Badalona, después para llevar a Monago a la presidencia de Extremadura. Por estos servicios el PP quiso ficharlo, pero fue Pedro Sánchez quien se lo llevó a la Moncloa, cabe pensar que cobrando el salario mínimo interprofesional, y sobre todo por sus arraigadas convicciones políticas socialistas. En cuanto a Pablo Gentili fue fichado a comienzos de año por Podemos para relanzar el partido en España. Profesor universitario nacido en Argentina. Con más de dos décadas asentado en Brasil, donde fue asesor de los presidentes brasileños Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff,. Fue el nuevo jefe de gabinete de la formación morada en un contexto clave: las elecciones generales del 28 de abril y las municipales, autonómicas y europeas del 26 de mayo. Como señala Santiago Aparicio en su artículo La clase dominante ganó la investidura, “Estos gurúes son los muñidores en la sombra de todo este desaguisado, de no haberse alcanzado un Gobierno de Coalición, que estaba al alcance de la mano. Es lo malo de dejar en manos de mercenarios que únicamente

tienen en mente su propia cuenta de resultados. Dos tipos, Iván Redondo y Pablo Gentili, que han tenido y tienen a España en vilo y están liquidando a la izquierda con sus estrategias de pijos que sacan sus ideas de las series de televisión (de pago, como no podía ser de otro modo) y a los que les importa bien poco el sufrimiento de las personas, de la ciudadanía. Ahora que tan mal vistas están las personas militantes en los partidos, donde existe la memez del independiente, de listo de fuera, es bueno recordar que los militantes guardan esas esencias del partido y son la conexión más firme con lo real. Incluso cuando se constituyen como oligarquía siguen teniendo ese pequeño recuerdo de base. Los asesores, camarlengos y comunicólogos del espectáculo no lo tienen y sólo aplican recetas que ni han fabricado ellos y ellas. Y así ocurre que tienen a la izquierda al borde de la desaparición en su totalidad. Claro que la mayoría de estos asesores y mercenarios de la política son parte del establishment y tienen la misma mentalidad que la clase dominante, por lo que no pueden actuar, ni aconsejar más allá de lo hegemónico”.

Por lo expuesto, ahora las campañas electorales son cada vez menos democráticas y más destructivas, ya que de lo que se trata es vencer al rival, cual si fuera una guerra en la que todo vale, incluso pasar por encima de los derechos humanos, como los de los inmigrantes. Y el reciente acto de investidura fallida de Pedro Sánchez hay que entenderlo en clave electoral. La actuación de PP, Cs y Vox deseaban un gobierno del PSOE con UP y los nacionalistas e independentistas, para acusarle de estar poniendo en peligro la unidad de España, y todo ello, en clave electoral. Y el PSOE y UP perecían estar más preocupados para construir un relato determinado, por culpabilizar al otro, y todo ello en clave electoral.

Este síndrome del «electoralismo» presenta una serie de daños muy graves. La primera víctima es la verdad, que queda relegada al olvido al ser un arma inservible para dañar o intimidar. En su lugar, se muestran relatos ficticios para potenciar la agresividad, como en la campaña presidencial de Trump de 2016, en la que de sus declaraciones se descubrió que el 76% eran falsas, una proporción tan elevada que da que pensar que las afirmaciones verdaderas fueran producto de descuidos. Si nada es verdad, todo es espectáculo. Igualmente golpes de efecto para romper las expectativas y elevar la tensión; discursos infamantes a los rivales para destruir su reputación; ejes de campaña para fracturar al electorado, destruir el diálogo y el consenso e incentivar la conflictividad (Casado y Rivera); bulos volcados en la red, lo que se conoce en inglés shitstorm, en español, tormenta de mierda. Toda vale. Todo ello, con el beneplácito del público de seguidores, hooligans fanáticos y machistas. Tales acciones

son auténticas armas de destrucción masiva en un doble sentido, pues provoca la ruina o la derrota del rival más débil, y también la lenta e irreversible autodestrucción del conjunto de la clase política. Y, por supuesto, la autodestrucción de la democracia misma.

Obviamente en esta democracia en clave electoral permanente los medios son clave, por lo que algunos la llaman de «audiencia» o también de «mercado», al referirse al predominio político de los medios de comunicación para alcanzar mayores audiencias - a los políticos les interesa mucho más una entrevista en Al Rojo Vivo con Antonio García Ferreras que un discurso parlamentario,- atraviesa una profunda crisis existencial, que no sabemos si será corregida o acabará mal. Culpables: nuestra clase política y sus asesores , y por supuesto algunos medios de comunicación. Tanto a aquella como a estos este deterioro de nuestra democracia les resulta intrascendente.

Los políticos siguen jugando a la gesticulación, emiten siempre los mismos discursos, y potencian la crispación propia de la política de confrontación. Los medios de comunicación incrementan la presión. En las tertulias con los Inda, Marhuenda, predominan los insultos, la incapacidad de escuchar, la interrupción con los mismos clichés (déjame terminar, Paracuellos…). ¡Qué ejemplaridad el programa de La Clave de Balbín! Las redes son mitad urinario público mitad patíbulo privado, donde muchos dan rienda suelta a sus prejuicios y frustraciones.

Los políticos se pueden permitir el lujo de mantener discursos enconados, porque en el fondo saben que no pasa mucho. Incluso si el gobierno no hace nada o solo una política de gestos, o si no se forma gobierno en meses, o no se aprueban los presupuestos, las consecuencias son mínimas. La Unión Europea, el gobierno central, la Seguridad Social, las autonomías, los ayuntamientos siguen funcionando. Las más importantes decisiones se toman en Bruselas, Berlín o Washington sobre políticas fiscales, monetarias, financieras, terroristas, migratorias o medioambientales; además los gobiernos autonómicos y municipales administran los servicios públicos básicos, como educación, sanidad o asistencia social.

Lo más grave es que esta política de crispación, de confrontación, de posverdad, de electoralismo, que tiene mucho de teatralidad, se traslada al resto de la ciudadanía, que la asume de buen grado. Mas lo evidente es que nuestra democracia está profundamente enferma, cuya curación es harto compleja, ya que quienes deberían ejercer de médicos, la deterioran cada vez más. Eso sí con la pasividad de la ciudadanía.

Noticias más leídas del día

Alvise Pérez sobre el cierre de Telegram

Los bomberos emplean 70.000 litros de agua en el incendio de una nave de palets en Telde