ÚLTIMA HORA

NO ES POLÍTICA, ES FULLERÍA

José Fco. Fernández Belda

Viviendo en San Borondón

Aunque oficialmente aún no ha comenzado la campaña electoral, es decir la engañifa de que se puede hacer proselitismo y abrir el zoco de los embelecos pero no pedir el voto explícitamente, los políticos de todo signo y condición se han lanzado ya por el tobogán demagógico que le prescriben sus asesores de mercadotecnia para intentar conseguir que creamos lo increíble. No dirán lo que realmente piensan, sino lo que creen que gustará al escuchante fijo de plantilla o al temporal, sea verdad, exageración, impostura o simplemente una mentira aplaudida por los figurantes del mitin puestos a sus espaldas para que salgan en las televisiones siguiendo el consejo del malévolo Francisco de Quevedo “si quieres que los demás te sigan, ponte delante”. (La cita original se refería sólo a las mujeres).

Esto es una prueba más de que el votante es el único burro que tropieza dos y más veces en la misma piedra. Unos confiando en el partido del que es militante o le profesa la fe del barquero. Otros embelesados con sus cantos de sirena. Y unos terceros que se refugian en la abstención activa, no creen en el sistema electoral, con representación única por partidos con listas cerradas y bloqueadas. O en la abstención pasiva porque, de puro hartazgo o desencanto, prefieren no ir a las urnas y fingir que le importa lo que en realidad le repugna.

Esta forma de menospreciar al votante se puede definir sin miedo a errar, como fullería o trapacería, que el DRAE define como fraude, engaño; artificio engañoso e ilícito con que se perjudica y defrauda a alguien; astucia, cautela y arte con que se pretende engañar. En este “arte del engaño” hay que reconocer que muchos políticos han obtenido un doctorado Cum Fraude bendecido o disculpado por muchos medios de comunicación.

Sin duda, la política ha ocupado un lugar importante en la historia de la humanidad, si se entiende como “la actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos” (DRAE). Así se entendía en la Grecia o en la Roma clásicas y en muchos de los estudiosos teóricos de este asunto hasta nuestros días. Cosas relacionadas, pero distintas, son las doctrinas o corrientes ideológicas que sirven de marco teórico para orientar las actuaciones de los gobernantes si los votantes les encomiendan en las urnas aplicarlas en lo posible.

Pero en todas las épocas ha habido, hay y habrá profesionales de la política, en realidad CEOs de los partidos, que prometen cumplir lo que proclaman en sus programas electorales, pero que luego sin el menor escrúpulo, hacen lo que a ellos o a su partido les interesa, olvidando el bien común que juraron acatar y luego perjuraron de su palabra. Mintiendo sin en mejor asomo de vergüenza propia o ajena. Así lo certifico, por ejemplo, Tierno Galván.

Ejemplos notorios los hay y se pueden leer en los textos. En Atenas, por ejemplo, Diógenes fustigaba a los mandatarios caminando por las calles con una lámpara encendida diciendo que “buscaba hombres honestos”. Los debates en el Senado Romano entre Catilina y Cicerón, o el memorable discurso que Shakespeare hace pronunciar a Marco Antonio ante el cadáver de Julio César asesinado por Bruto y sus seguidores, alegato que usó Alfonso Guerra en el Parlamento cuando, blandiendo un cuaderno con hojas en blanco, amenazaba en falso a la UCD con tener “auditorías de infarto”. Aunque, como un notable tratado de la política y del comportamiento de los gobernantes, ocupa el puesto de honor “El Príncipe” de Maquiavelo. También ese libro analiza el arte de la trapacería, como también lo intenta hacer con más pena que gloria el muy glosado “Manual de resistencia” atribuido al Dr. Sánchez.

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