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EL BAR DE LOS MAL AMADOS

“Me quedé con las ganas de verte y hablar y salí disparado derecho al bar,al bar de los mal amados. Llegué, muchos amigos ya me esperaban,y como el último siempre paga, los invité.Brindé, por la pasión que me rompió el alma,
con tu recuerdo casi me matas, y me emborraché”.

 

El cantante canario José Manuel Ramos describe perfectamente en su canción “El Bar de los mal amados” lo que sucede en muchos lugares de nuestro Archipiélago y también, por que no decirlo, fuera de él: gente que necesita el punto de encuentro de un bar, tasca, cafetería o lo que fuere donde llegar sin necesidad de salir acompañado de nadie y encontrar allí el cariño o la compañía que supla sus carencias emocionales, afectivas, laborales o sociales.

 

De todos es sabido que este tipo de establecimientos son, desde tiempos antiguos, antesala o prolongaciones de las casas, casinos de los pobres, puntos de reunión social, cavernas de todo tipo, escondite de gente variopinta, o eco de noticias. Son, al fin y al cabo, recintos donde se canta, se ríe, se riñe, se blasfema y se gasta lo que no se tiene haciendo alardes disparatados y pueriles. En estos lugares se arreglan asuntos varios y se hace acopio de fuerzas para enfrentarse a la vida real con las artificiales energías que da el vino y la cerveza acompañado de la algarabía y de la música.

 

Es San Cristóbal de La Laguna, el más claro ejemplo de la proliferación de estos establecimientos: peculiares locales con más que singulares clientelas en las que las tapas y una no muy extensa oferta gastronómica juegan un papel secundario ante el vino -   mayormente foráneo (sic) - las cañas de cervezas o las garimbas y una más que surtida variedad de licores y espirituosos que pugnan con sus etílicos vapores por captar una clientela parrandera y de no muy generoso bolsillo.

 

Otro hábito característico y diferencial de estos locales son las tertulias, intelectuales, deportivas, políticas o de las más inverosímiles temáticas, que desde tiempo remotos toman estos bares como centro de la conspiración política bien entendida, fragua de ideas, estímulo de renovación social y acicate de la sociedad canaria  y en las que, la afinidad entre sus participantes, crea una fidelidad al establecimiento que aumenta o decrece según la altura intelectual y los alcances logrados en la sana, o no, discusión de las tertulias de bar.

 

Para acabar, no podemos obviar a los sin oficio y los músicos o parranderos. Los primeros hacen de estos locales su oficina de trabajo y su motivo laboral aparente, ejerciendo sin rubor de lo que ni siquiera aspiran a ser. Los músicos y parranderos, por el contrario, acuden a estos establecimientos no tanto por su oferta coquinaria sino por hacer de ellos un lugar donde explayar sus habilidades musicales y sentir, sino el aplauso, si la admiración de la concurrencia que sus acordes despierte.

 

En estos bares de mal amados, por tanto, se olvida uno de si mismo y de quien nos rodea por el breve o extenso rato que dura la visita al tiempo que se disfruta sin reparo de estos irreales momentos que hacen olvidar las miserias humanas, que al fin y al cabo son todas iguales seamos guapos, feos, con pelo o sin él, altos, bajos, pobres o ricos.

Alfonso J. López Torres

Saboreado Canarias

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