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DEL NEOLIBERALISMO TODAVÍA NO HEMOS HABLADO LO SUFICIENTE

Un buen amigo me ha comentado muy preocupado que del neoliberalismo todavía no hemos hablado lo suficiente. Como estoy totalmente de acuerdo con él, voy a escribir las siguientes líneas.

No resulta descabellado afirmar que vivimos si no una civilización neoliberal, si en un momento neoliberal. El neoliberalismo es una organización socio-económica, un sistema político-institucional, un conjunto de ideas y valores, es un “imaginario social”: una manera de entender y organizar nuestra vida, nuestro trabajo, nuestras relaciones humanas, de diseñar nuestros proyectos. Nos pensamos, lo que ocurre básicamente en las sociedades occidentales, como individuos con intereses y propósitos propios, sobre todo el acumular dinero, en competencia descarnada con otros, con sus propios intereses, a los que no debemos nada.

Algunos de estos rasgos conductuales son ya viejos, como el de tener derechos inalienables. Mas otros son neoliberales. Como la manera beligerante de entender nuestros méritos y en contraposición rechazamos la responsabilidad colectiva, que ha dominado en el siglo XX. De ahí, una firme convicción de lo que nos merecemos. Y en el reverso, un desprecio sin disimulo hacia los más débiles: parados, emigrantes, mendigos, que demandan una protección constante y que tienen lo que se merecen. Y si no ponemos freno, estos que no se han esforzado lo suficiente, intentarán aprovecharse de lo conseguido con nuestro esfuerzo. Es una sociedad fracturada, en la que el mérito se sobrepone a cualquier criterio ético. Ese mérito individual mayoritariamente no se origina ni del esfuerzo ni del talento. La solidaridad, el altruismo, la empatía hacia el otro no existen.

Sorprende que tras los 30 años de neoliberalismo, con la presencia de la pobreza y la desigualdad, siga hegemónico y sin alternativas. La crisis del 2008 no ha supuesto rectificación alguna a sus políticas; es más, se han intensificado. Su supervivencia actual se explica. El orden social que engendró el Estado de bienestar, con una clase obrera sindicalizada y muy politizada, ya no existe. El predominio del capital financiero condiciona el nuevo orden social. Y si esto no cambia, es difícil pensar en otro sistema.

Para que el neoliberalismo alcanzara la hegemonía fue clave la estrategia de la Mont Pélerin Society surgida 1947, cuando dominaba el keynesianismo. Había que crear centros de

estudios, fundaciones para difundir su programa y conquistar a los “vendedores de ideas de segunda mano”: periodistas, locutores, intelectuales, políticos, por su gran poder de influencia. Y lo han hecho muy bien.

La universidad al servicio del capital financiador, hoy enseña, investiga o publica para la causa, como la industria editorial y los grandes medios de comunicación, en manos de grandes grupos empresariales y financieros.

En Historia mínima del neoliberalismo, Fernando Escalante, nos cuenta que en 1955 Raymond Aron publicó El opio de los intelectuales, en el que trataba de explicar la simpatía de los intelectuales franceses por el comunismo, cuando el marxismo no estaba vigente ya en las universidades. Mas, el marxismo era una gran síntesis del pensamiento progresista: fe en la ciencia, deseo de justicia, defensa de los marginados, una ruptura violenta y definitiva, y una reconciliación final. Les ofrecía una fe, una seguridad, una justificación de una militancia, sin abandonar la tradición inconformista, rebelde, romántica, antiburguesa.

El neoliberalismo ha pasado a ocupar el lugar del marxismo, con una función parecida. Según Aron “la ideología se convierte en dogma cuando admite el absurdo”. Lo que ocurre con el neoliberalismo, sin que le reste su atractivo, al presentarse como joven, rebelde, científico, realista, esperanzador. Muchas de las afirmaciones del neoliberalismo, como las ventajas de la privatización, son indemostrables. Son cuestión de fe, aunque la fe tiene sus razones.

El neoliberalismo atrae al tener una explicación simple para todo, como el marxismo. El funcionamiento del mercado con cuatro ideas: individuo, racionalidad, competencia, maximización. Es el sentido común, y permite burlarse del que hable del interés público.

Permite conservar una actitud inconformista, rebelde, típica de los intelectuales. Es una forma curiosa de rebeldía, ya que defiende a los poderosos, pero es real. La obra Camino de servidumbre, de Hayek, es beligerante contra el establishment, representado por la burocracia, sindicatos, políticos, y lo que hay que combatir son los impuestos, lo público, la legislación social. Como todo esto sigue existiendo: legislación social, servicios públicos, la burocracia estatal, los neoliberales pueden presentarse como rebeldes. Los empresarios están entre los rebeldes, aunque son parte del establishment. Se les designa amablemente: son los creadores de riqueza

y de empleo. Y todos nosotros podríamos ser empresarios, si no fuera por el Estado que nos lo impide.

El neoliberalismo permite adoptar una postura moral, lo que supone una fuerte dosis de cinismo. Mas lo fundamental es la libertad, que tiene un carácter metafísico. Se puede recurrir a ella, con independencia de los resultados. Es la última trinchera: el libre mercado podría generar más pobreza y desigualdad, pero seguiría vigente la libertad, como valor supremo.

Y el último motivo del atractivo del neoliberalismo: la firme convicción de que la historia corre a su favor. Igual que el marxismo. Recurren siempre ante cualquier situación al “eso” ya se probó y fracasó. “Eso” puede ser, una política anticíclica, la seguridad social, lo público, etc. La operación permite que la defensa del neoliberalismo sea siempre la defensa del futuro, contra una alternativa fracasada del pasado.

Cándido Marquesán

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