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¿CÓMO LOS ANTIGUOS CANARIOS PRECISARON LOS SOLSTICIOS Y LOS EQUINOCCIOS?

“Los astros y las constelaciones, con sus movimientos, sirven de signos para medir los tiempos” (San Agustín)

Afirma Mircea Eliade que la simple contemplación de la bóveda celeste basta para desencadenar una experiencia religiosa. El valor espiritual que trasmite contemplar el cielo permite dotarlo de numerosas interpretaciones mitológicas, donde las estrellas se convierten en una fuente de información infinita y admiten reconocer un modelo determinante de diálogo entre los humanos y la naturaleza, muchas veces complicado de entender por nuestras mentes contemporáneas pre-ordenadas y pre-determinadas. Sin embargo, le sirvió a los antiguos para contribuir a la especificidad de crear una cultura original, una forma de pensar, interactuar con el ambiente que los rodea y disponer de un optimum de significados.

Los primeros pobladores del Archipiélago Canario debieron organizar un espacio desconocido y caótico, precisar sus observaciones en la naturaleza y regular el registro del tiempo; eso sí, en clave espacial, estableciendo una alianza con el cielo. No cabe duda que el cielo otorgó sabiduría a la humanidad. Pero ¿dónde buscar? ¿Cómo lo fundamentaron nuestros ancestros? ¿En qué se basaron? Los movimientos de los astros no se pueden manipular, son eternos y absolutos, fijos y predecibles, capaces de crear una estructura o sistema de reciprocidad en un orden global.

Los antiguos canarios no controlaban la naturaleza, era la naturaleza la que los gobernaba, de tal manera que, en un territorio tan abrupto como la mayoría de las Islas Canarias, descubrieron numerosas posibilidades de contar con lugares estratégicamente significativos que conectaban la montaña y el cielo. Es un proceso tangible que se puede computar y reconocer, un procedimiento sistémico que, después de estar oculto y olvidado, vuelve a mostrarse. En este sentido, Marín de Cubas (1986, [1694]) destaca el valor espiritual de algunas estrellas entre los antiguos canarios: “hacían muchas lumbres, y hogueras parece que adoraban al fuego, a el sol, y a la luna, y alguna estrella [...]”.

En Egipto, el orto helíaco de la estrella Sirio, a mediados de julio -en nuestro calendario-, determinaba el inicio del año, a la vez que su orto vespertino (atardecer) se producía en torno al 22 de diciembre, fijando las celebraciones del solsticio de invierno. Por otra parte, los persas (3.000 aC), consideraron como estrellas reales a Aldebarán, Regulus, Antares y Fomalhaut. Fueron imaginadas como los guardianes del cielo y sirvieron, entre otras cosas, para realizar cálculos científicos -los calendarios-, estableciendo ciclos lunares y solares, esenciales para predecir el futuro.

En nuestro archipiélago, llegamos a la conclusión de que las cuatro estaciones indígenas están predeterminadas por las cuatro apariciones estelares de Sirio, Orión, Fomalhaut y Capella. Cada una de ellas asigna su instante solsticial y/o equinoccial. En todos los casos sucede desde los primeros siglos antes de Cristo y gran parte del periodo indígena canario hasta bien entrado el siglo X. Luego, progresivamente, comienza el desfase de días. Aun hoy las podemos observar con un retraso ya considerable de unos 20 días debido al cambio de calendario, del juliano al gregoriano, en 1582.

Los antiguos canarios reconocían, con absoluta precisión, cuándo llegaban los solsticios y equinoccios por la aparición de sus cuatro pilares estelares, instaurando de este modo el orden cósmico y terrenal (relación de causa-efecto entre acontecimientos) poniendo el énfasis sobre la práctica, alcanzando la base de su estructura social, estrategias económicas y, cómo no, de las creencias que le da sentido y significado. Y por favor, amable lector, vaya descartando la posibilidad de que todo se deba a una increíble casualidad.

El solsticio de invierno viene determinado por la aparición, durante el crepúsculo, de la estrella Sirio, la más brillante en el cielo, en torno al 23 de diciembre. Es la encargada de abrir la puerta del invierno y dar vida al nuevo sol que nace. El cristianismo así lo viene a homologar con la Navidad, el nacimiento de Jesús.

El solsticio de verano lo establece el orto helíaco -al amanecer- de la constelación más reconocida mundialmente, la constelación de Orión en torno el 22 de junio, después de estar oculto unos 40 días. Inaugura la temporada estival calurosa y seca. El cristianismo lo conmemora con la festividad de San Juan.

Los solsticios (“sol quieto”) de los antiguos canarios no eran un día concreto como hoy establecemos con la llegada del invierno el 21 de diciembre o verano el 21 de junio. Es muy difícil calcular el día exacto del solsticio puesto que el sol se encuentra prácticamente en la misma posición durante 8-10 días. El problema queda resuelto cuando una estrella o una constelación relevante en su cosmovisión les indicaba, con absoluta precisión, el o los días exactos de estos eventos astronómicos.

Curiosamente, cada vez que llegaban estos momentos mayores, los canarios realizaban festejos que duraban 9 días como bien recogen P. Gómez Escudero (s. XV): “Los días maiores de el año, quando hacian grandes fiestas (...) i veianlos a la madrugada el día de el maior apartamento de el Sol en el signo de Cáncer, que a nosotros corresponde el día de San Juan Bautista” y Tomás Marín de Cubas (s. XVII): “contaban su año llamado Acano por las lunaciones de veinte y nueve soles desde el día que aparecía nueva, empezaban por el estío cuando el Sol entra en Cáncer, veinte y uno de Junio en adelante la primera conjunción, y por nueve días continuos hacían grandes bailes y convites, y casamientos, habiendo cogido sus sementeras”… Estos datos afianzan y dan sentido a los planteamientos propuestos.

Por otro lado, “los equinoccios indígenas” se señalaron con mayor precisión al variar bastante, sobre el horizonte, la posición del sol de un día a otro. Los intermedios establecieron el equilibrio, no referido a la misma duración de luz y oscuridad entre el día y la noche (equilux), tampoco en la mitad exacta del tránsito solar (equinoccio astronómico). Nada de eso. Nuestros ancestros norteafricanos y canarios establecieron intermedios simbólicos aproximados definidos por las apariciones sobre el horizonte de dos estrellas muy significativas: Fomalhaut y Capella.

El concepto de equinoccio astronómico es bastante complejo y requiere de unos conocimientos muy técnicos para poderlos precisar. Los intermedios entre solsticios no son el resultado del cómputo exacto de días, su cálculo no fue matemático, sino que tomaron como referencia determinados fenómenos estelares que se producían en torno a la centralidad del ciclo solar. Nuestra manera de cálculo aritmético científico nos había confundido cuando tratábamos de acercarnos a los precisos instantes temporales de los fenómenos solsticiales y equinocciales. Los canarios no medían el tiempo cuantitativamente como hacemos los occidentales; lo concebían de manera cualitativa, instituyendo determinados acontecimientos.

Los ortos estelares de Fomalhaut y Capella determinaron los verdaderos intermedios entre solsticios. Esta hipótesis surgió a partir de la observación empírica de supuestos marcadores muy precisos que no encajaban con la fecha del equinoccio astronómico, pero sí en días cercanos a éstos (almogarén de Bentayga, Gran Canaria; Puntalarga, Caldero del Ventero y Las Lajes, La Palma; Llano de Las Yeguas, La Gomera; Zonzama, Lanzarote). Según íbamos aumentando el número de espacios sagrados vinculados a los equinoccios astronómicos, aumentaba también el número de anacronismos al no coincidir con referencias orográficas destacadas, siempre con el mismo desfase ¿Cómo explicamos esto? ¿Por qué no éramos capaces de encontrar la sincronía?

Nuestra constancia dio sus frutos y es de un orgullo enorme sentirnos protagonistas de un descubrimiento de aplicación universal que nos ayudará a entender cómo las antiguas culturas fueron capaces de manejar y estructurar los tiempos intermedios. Las cazoletas de mar de Puntalarga (Fuencaliente, La Palma) y el Roque Teneguía fueron los faros que iluminaron nuestro pensamiento, el lugar de revelación, al que se unieron posteriormente otros muchos centros ceremoniales y de culto repartidos por todas las Islas Canarias. Ahora encontramos el sentido.

El “equinoccio indígena de primavera” lo establece el orto helíaco de una de las estrellas más brillantes del cielo, Formalhaut, durante el amanecer del 17 ó 18 de marzo, después de estar oculta unos 60 días. Es el lucero responsable de la apertura de la primavera.

* El “equinoccio indígena de otoño” lo fijaba la estrella Capella (la más resplandeciente de la constelación de Auriga y la sexta más brillante del cielo) durante su aparición en el horizonte justo después de la puesta del sol los días 26 ó 27 de septiembre.

Los azimuts del sol; o sea, la posición del sol en ambas fechas reseñadas de primavera (17-18 de marzo) y otoño (26-27 de octubre) ¡importantísimo! es la misma. Por lo tanto, las referencias topográficas (espacio) son puntuales (tiempo), coincidentes y exactas. Estas apariciones estelares no eran solo señales que permitían, pragmáticamente, establecer una fecha. Eran la expresión de divinidades celestes que en su cosmovisión debieron estar ligadas al Sol y su ciclo anual, único elemento capaz de unir las cuatro puertas en un concepto de totalidad “porque la vida en el tiempo pertenece al sol” (Ignacio Reyes).

El significado define la funcionalidad y establece un orden significativo. Las cuatro señales estelares que se manifiestan por el naciente (arco NE-SE) sólo pueden ser estipuladas cuando se combinan con un orden cultural. Estas manifestaciones aisladas no dirían nada; ahora bien, cuando se combinan y experimentan en la práctica de la realidad no podemos consentir que el azar pueda tenerlo en cuenta; al contrario, crea un orden sistemático. Asimismo, el hecho de que coincidan estos acontecimientos astronómicos en los mismos días y en todas las Islas, nos obliga a pensar que su práctica llegó desde el norte de África con el bagaje cultural de los primeros grupos humanos que arribaron al Archipiélago Canario, pues también en el África septentrional las mismas manifestaciones estelares coincidían en las mismas fechas.

Miguel A. Martín González

(historiador, profesor y director de la revista Iruene)

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